Prisión Verde “ha sido el libro más perseguido del país.
Por mucho tiempo fue prueba de convicción para el encarcelamiento. Los viejos
de mi pueblo aún bajan la voz al sólo mencionar su nombre. Muchas veces fue
enterrado vivo en la soledad de los patios después del Golpe de Estado”
(Armando García, 1997). Los campos bananeros son descritos en la novela como
una “prisión verde”, por la misteriosa atracción que ejercen sobre los trabajadores
que viven ahí, quienes, a pesar de ser explotados y vejados en ellos, sienten
el impulso a quedarse trabajando ahí a pesar de todas las dificultades.
Amaya Amador empieza su relato en el ambiente de una de
las oficinas de las compañías, en la que un “jefe gringo” —Míster Still—
intenta convencer al terrateniente Luncho López para que le venda sus tierras a
la compañía bananera. En su intento para convencerlo le ayudan dos amigos de
López: Sierra y Cantillano, quienes ya vendieron sus tierras e intentan
influenciar a su amigo para que haga lo mismo, pero él se rehúsa tercamente.
En cada episodio del libro siempre hay alguna injusticia
de parte de la Compañía que provoca la indignación de los cámpeños. Aunque no
todos tienen la misma conciencia de su situación, hay quienes se han
acostumbrado a la opresión, la ven como lo más normal del mundo, y no
protestan. Pero el grupo de Máximo Luján va adquiriendo cada vez más conciencia
social. En contra de los que proponen la violencia ciega como respuesta a la
opresión —como el viejo Lucio Pardo— Luján propone que la victoria de la clase
obrera reside en su capacidad de organización, y que hasta que no hayan creado
su propio partido político y derribado a la dictadura no podrá haber un cambio
en las condiciones de vida de los campeños.
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